jueves, 25 de noviembre de 2010

Playa nudista.

Esto me ocurrió el verano pasado en una playa nudista. Fue una experiencia muy excitante y morbosa, sin  dejar de ser algo de lo más inocente. Desde que había descubierto aquel lugar, apenas iba nunca a una playa textil. No había comparación. Al placer de sentir todo el cuerpo desnudo, de notar el sol y la brisa por toda la piel, la sensación de libertad de que ninguna prenda te rozara al caminar por la arena y de sentir las olas pasar cuando te bañabas sin ropa, a todo eso se unía el no menos placentero morbo de que mujeres desconocidas me vieran desnudo y yo a ellas.

Ese día me quité el pantalón, la camiseta y los calzoncillos y me tumbé boca arriba en la toalla, como siempre. Medio acostado, apoyado sobre los brazos, observé la gente que tenía más cerca, mientras disfrutaba sintiendo mi cuerpo desnudo sobre la arena. Había dos parejas a mi derecha y a mi izquierda una toalla estirada, pero sin nadie en ella. Una de las parejas eran dos jóvenes de poco más de veinte años, él completamente desnudo y ella en top less. Era una chica guapa, con un bonito cuerpo. Contemplé sus tetas, no muy grandes, pero bien firmes y recorrí varias veces con la mirada toda su piel, volviendo siempre a sus pechos, brillantes bajo el sol. Pronto sentí que mi pene empezaba a engordar, de momento levemente, aunque amenazaba con una erección más evidente. Lo miré y traté de relajarme, para que la cosa no fuera a más. No quería que me vieran con mi miembro tieso apuntando al cielo.

Me fijé, entonces en la otra pareja, de mediana edad. Los dos estaban desnudos. Bueno, en realidad, como siempre, me fijé en ella, sobre todo. Su cuerpo no era tan esbelto como el de la otra chica, pero los años le habían dado un atractivo nuevo. Tenía unas buenas tetas, con grandes areolas, y unas poderosas caderas que, más abajo, dejaban apreciar el vello de su pubis sin depilar. Ajena a mi mirada, se dio la vuelta y se puso boca abajo, mostrándome un contundente culo. Todo aquello no hizo más que provocar más mi ya exaltado ánimo, y mi pene marcaba una semierección  considerable.

Temiendo que aquello fuera a más y que luego no pudiera pararlo, decidí ir al agua y darme un baño, para calmarme. Me levanté y caminé hacia la orilla, sintiendo mi polla morcillona chocar contra mis muslos a cada paso, lo que hacía que me excitara aún más. Miré hacia abajo disimuladamente sin parar de andar y vi que tenía casi el tamaño que alcanzaba en erección, sólo que estaba medio flácida, sin tensarse. Era como tener un pene en reposo, pero de proporciones mayores, colgando largo y gordo, amenazando con empalmarse en cualquier momento. Entonces, levanté la vista y la vi venir de frente. Era una chica de unos 30 años, delgada, guapa, aunque sin estridencias, y que llevaba puesto un bikini rojo. Al cruzarnos, vi cómo sus ojos me recorrían de arriba abajo y luego me miraron un instante cara a cara, sonriéndome levemente. Aquel cruce de apenas unos segundos con ella, me excitó muchísimo. Me puso a mil que me observara desnudo, mientras ella iba con su bikini, sin dejarme ver mucho. Me sentí dominado por ella, que estaba a su merced. Recordé cómo me había mirado, sin saber bien por qué, y me dio un gran morbo que me viera con la polla tan morcillona, medio levantada casi.

Llegué al agua y dejé que las olas me cubrieran. Estaba un poco fría y, tras unos minutos, mi pene se calmó un poco, logrando sofocar aquella amenazante erección. Volví a mi tolla, más relajado, y, entonces, vi que la chica con la que me había cruzado era la ocupante de la toalla, hasta ese momento vacía, que había unos pocos metros a mi izquierda. Me senté en mi lugar y no pude evitar mirarla. También estaba sentada y al verme me miró  a su vez. Traté de imaginar lo que su bikini ocultaba y el no poder verla desnuda me excitó, quería, pero no podía. Eso me enervaba. En cambio, ella me tenía a su antojo, desde su posición me veía sin problemas. Y yo se lo facilité aún más. Me tumbé boca arriba, con mi cuerpo todavía mojado. Miré de reojo, disimuladamente, y vi que me observaba. Separé un poco más las piernas y mi polla empezó de nuevo a sobresalir entre ellas, levantándose un poco. Me excitaba sentirme observado por ella, por aquella mujer que era la única que llevaba incluso la parte de arriba del bikini en aquella playa, pero que, sin embargo, por ello, era la que más me ponía. ¡Qué ganas de verla sin nada! Me prohibía ver todo cuanto quería y a la vez ella me miraba a sus anchas.

Tras varios minutos así, es decir, yo tumbado boca arriba, con el pene medio erecto entre mis muslos, mirándola de cuado en cuando a ella y advirtiendo que ella no dejaba de mirarme, estaba tan excitado por la situación que me atreví a hablarle.
_Hola, ¿qué tal? -le dije volviéndome hacia ella desde mi tolla.
_Hola -respondió simplemente ella.
_Se está bien aquí, ¿eh?
_Sí, y hace un buen día. Esto es muy relajante.
_¿Te importa que me ponga un poco más cerca? Es que nos está oyendo media playa -exageré, pues ya estábamos lo suficientemente cerca como para poder hablar sin apenas tener que alzar la voz.
_Sí, claro -aceptó ella.

E incorporándome, me aproximé a su toalla y extendí la mía a su lado, y volví a tumbarme.
_Me llamo Fran.
_Yo soy Eva.
_ Pues sí, hace un día estupendo para estar aquí -improvisé.
_Sí, es un sitio muy bonito. Y hay mucha calma.
Mientras hablábamos, tumbado como estaba, con ella al lado sentada y mirándome, mi polla empezó a crecer sin que esta vez yo pudiera hacer nada por impedirlo. Se puso morcillona como  antes y, luego, comenzó a dar pequeñas sacudidas y a saltar entre mis piernas.
_ ¿Qué haces?- preguntó ella, interrumpiendo lo que estaba diciendo, con una sonrisa de picardía, sin dejar de mirar mi abultado miembro.
_ Es que no puedo evitarlo, me excita mucho que me mires así –contesté con sinceridad.- Encima, como tú estás vestida, me excito aún más deseando verte.
Lo dije todo de golpe, confesando mis deseos, para ver si ella así me mostraba lo que hasta ahora me había negado. Sin embargo, ella obvió mi insinuación:
_¡Cómo se te está poniendo! La gente te lo va a ver.
_Espero que no –le dije.-  Si me pongo así no me verán.
Y me coloqué de costado, frente a ella, de forma que daba la espalda a los que tenía detrás y ella me tapaba de los que tenía delante. De esa manera le estaba ofreciendo una visión aún mejor. Mi polla, ya bien dura y gruesa, chocaba contra la arena, a no muchos centímetros de sus muslos.
_¡Vaya, sí que estás excitado! –comentó entonces.
_ Ya ves – admití sonriendo.
_Sí, sí que lo veo –sonrió ella también.
_Pero, ¿por qué vas con bikini en una playa nudista? -le volví a insistir.
Dudó unos instantes y luego dijo:
_Es que soy muy pudorosa…
_Pero aquí todos estamos desnudos.
_Me da cosa, quitármelo. Sólo he venido un par de veces a esta playa. Nunca había estado en una playa nudista y aún me da corte –explicó al fin, con cierta vergüenza.
_Bueno, ya ves que no pasa nada, todo es decidirse.
_Sí, pero así estoy más cómoda, sino tendría la impresión de que todos me miran.

Se había puesto más seria y no quería correr el riesgo de agobiarla. Decidí no insistir más sobre el tema, no preguntarle por qué iba a un sitio así o cuándo se iba a atrever. Podía ser una chica un poco tímida o podía ser solo una mirona, o ambas cosas.  Daba igual. Además, supuse que no debía de ser fácil para una chica sola en la playa hacer nudismo. Aunque siempre había hombres solos, las mujeres siempre iban acompañadas por sus parejas o por amigas o por algún amigo. Y como digo, daba igual, porque a mí me gustaba que me mirara.

Continuamos hablando. Me contó que no era de allí,  estaba de vacaciones con su madre, a la que no le gustaba mucho la playa. Y con ella nunca iría a una playa así. Luego, se tumbó en la toalla. La miré, quitándole mentalmente el bikini. Cerró los ojos y, como parecía que no quería seguir hablando, yo también me tumbé. Mi pene, aún estaba abultado, pero un poco menos. Me gustaba estar tumbado a su lado, aunque ella daba la impresión de que estaba menos habladora.

Después de un rato, sentí que el calor me apretaba y decidí volver a bañarme. La invité a acompañarme, pero no quiso. Eso me desanimó.
Regresé del mar, con gotas de agua resbalando por todo mi cuerpo. Ella estaba sentada, viéndome llegar.
_Está muy bien, deberías probarla –dije  de pie ante ella, señalando a las olas.
_No me apetece – rechazó ella, sin más.
Iba a sentarme, desilusionado por su poca receptividad a mis invitaciones, cuando me dijo:
_Espera, no te sientes.
_¿Por qué? –pregunté.
_Quiero verte así de pie.
Eso volvió a animarme. Le sonreí y ella siguió mirándome. Veía sus ojos subir y bajar por mí y detenerse en mi pene. No pude evitar hacer algún comentario:
_Con el agua se ha calmado -dije mirándomelo.
_ Sí, cómo cambia de tamaño.
Fue decirme eso y que mi pene volviera a activarse. A pesar de estar de pie y que otros pudieran verme, me mantuve allí ante ella, mientras la polla cobraba vida y se iba irguiendo y engordando.
_Otra vez vuelve –señaló ella.
_Sí, cuando me miras así me gusta.
Me sonrió y continuó observando las evoluciones del miembro, que empezó a moverse, dando saltos cada vez más fuertes, con el glande rojo brillando al sol.
_¡Vaya! _exclamó ella al verlo.
_Se descontrola –bromeé.
Yo también la miraba a ella, excitado como estaba, me daban ganas de hacérselo allí mismo. Y aquel bikini no dejaba de ocultarme lo que tanto deseaba ver… Se intuían unas bonitas tetas, no grandes, pero en forma de pera y puntiagudas. Parecían pinchar el bikini. ¿Y abajo? ¿Estaría depilada o no?
_Venga, atrévete, quítalelo –le lancé sin poder contenerme y señalando con los ojos el bikini rojo.
_No, así estoy bien... Van a verte los demás, ¿no te da apuro? –preguntó ella centrándose en mi pene y cambiando de tema.
Lo cierto era que tenía razón. De pie, con  la polla saltando de aquella manera, iba a llamar pronto la atención. Viendo que eludía de nuevo mi propuesta sobre quitarse lo que llevaba, no insistí.
_Sí, me da algo de apuro, pero me gusta que me mires.
_Siéntate, que igual nos dicen algo.
_Tampoco estamos haciendo nada malo –le dije, obedeciendo.
Me puse de nuevo de costado ante ella. Mi polla se removía ahora contra la arena.
_Eres muy atrevido –me dijo sonriendo y como en broma.-  Deberías taparte más.
Y, en ese momento, cogió un puñado de arena y lo tiró sobre mi pene. Como aún quedaba en parte descubierto, le arrojó otro puñado para taparlo mejor.
_No, –le dije- no lo tapes, que disfrute del sol.
Y, con una fuerte sacudida, hice saltar mi miembro, haciéndolo surgir de debajo de la arena repentinamente.
_¡Uohhhh!, qué  terca, no quiere taparse –siguió bromeando.
Repitió el juego un par de veces más y la arena, al desenterrar yo mi polla sin usar las manos, saltó hasta sus muslos. Tenía muchas ganas de tocarla, de poner mi pene contra aquellos muslos, pero me daba miedo que a ella le pareciera mal. Antes la había visto poco decidida, aunque a ratos parecía más desinhibida, como ahora.

Aún  volvió a cubrirla de arena unas cuantas veces, luego me miró entero y finalmente observó el mar. Luego, de repente, dijo:
_Me tengo que ir.
En un instante, se puso unos shorts y una camiseta, y se levantó. Me pilló por sorpresa.
_Ha sido un placer _dijo a punto de marcharse.
_¿Te vas ya?
_Sí.
_Pero, volverás mañana, ¿no?
_Sí, eso espero. Hasta luego.
_...Hasta luego. Me ha gustado conocerte -le dije levantando la voz para que me oyera, pues ya se había alejado unos metros de mí.
Como todo fue tan rápido, no me atreví a decirle nada más. Al día siguiente la volvería a ver y hablaríamos.

Ya de regreso, en casa, me masturbé con más ganas que nunca, recordando lo sucedido esa tarde e imaginando que le quitaba el bikini y lo hacía con ella. Mi polla, después de estar toda la tarde en tensión, estalló en un gran borbotón de semen, al que siguieron dos más pequeños. Qué relajado me quedé.

Volví a la playa, al día siguiente, pero ella no estaba. Ni tampoco al otro. No volví a verla ni a saber de ella. Me da rabia por aquella despedida tan torpe, por no haberla invitado a algo o pedirle su messenger o su teléfono. Me pregunto por qué después de lo bien que lo habíamos pasado desapareció. Tal vez, por algún motivo no pudo volver y las vacaciones se le acabaron. El próximo verano la buscaré en la  playa. Llevo desde entonces queriendo repetir aquello y, por supuesto, hacer más cosas con ella. Ni siquiera nos tocamos, pero me dejó ardiendo de deseo.

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